
Érase una vez, y mentira no es en un lugar no muy lejano de la Sierra de Pela, caminaba una mujer Soñadora, Alegre, Risueña y Apacible; Sara, se llama, le apasionaba perderse por los senderos y recovecos de la Sierra. Amaba la naturaleza, su conexión era tan fuerte que se comunicaba con las amapolas y las jaras. Sara siempre iba acompañada por su ángel de la guarda, un Abejaruco, que amenizaba con el canto de su trinar, el camino de Sara.
– ¡Buenos días amapolas, qué hermosos colores tenéis! -dijo Sara con dulzura. – ¡qué aroma tan embriagador desprendéis hoy mis bellas jaras!
Las flores, como eran tan coquetas saludaban emocionadas a Sara con sus pistilos. Sara le transmitía su dulzura, las amapolas y las jaras iluminaban la falda de la Sierra haciendo de Pela un lugar mágico.
– ¡Qué melodía tan apacible para mis sentidos, mi amado Abejaruco! -, se dirigía a su fiel ave, enalteciendo su canto.
Uno de esos días que amanecen con nubes negras dispuestas a escupir rayos y lluvias, amenazadoras de arrasar todo lo que encuentra por el camino; Sara, aventurera nata, se dirigió a la Sierra. El Abejaruco la alentó de no entrar en la Sierra al predecir lo que se iba a avecinar. Sara hizo caso omiso, no veía el peligro de la tormenta, pensó que el ave exageraba.
Adentrada por aquellos senderos, las nubes comenzaron a soplar fuertes vientos, diluviar torrenciales lluvias y a escupir tantos rayos que Sara tuvo que buscar un refugio. Era tan fuerte la tempestad que la Sierra de Pela dejó de verse. Dentro del refugio Sara sintió miedo, desconocía esa emoción, no sabía qué estaba pasando; la tormenta no paraba, los minutos se convirtieron en horas, Sara se quedó dormida dentro del refugio.
Cuando Sara despertó la tormenta había pasado, no sabía el tiempo que había permanecido dormida, horas, días, meses, quizás años, estaba confusa. Salió del refugio, sintió un fuerte y acelerado latir en el corazón al ver el desastre que había provocado la tempestad en la Sierra. Dudaba si estaba soñando o aquello era real; su amada Sierra de Pela era gris, la cúpula celeste oscura, la vegetación había desaparecido y los senderos se habían borrado. Sara estaba sola, no sabía cómo volver, en ese momento sintió un gran vacío quedando inmóvil.

– ¿Dónde estoy?, ¿me he perdido?, ¿estoy soñando? – se preguntaba. – ¡No veo la Sierra, las jaras, las amapolas!, ¿Dónde ha ido todo aquello que amo?
Un silencio sepulcral hizo eco en aquel instante, miró a su alrededor horrorizada. Aquel momento fue interrumpido por un trinar ronco, era el Abejaruco. Sara se sintió aliviada al verle, éste la miró y sacudiendo su colorido plumaje se dirigió a ella.
– ¡Eres terca como una mula!, te alenté del peligro y no me hiciste caso. ¿Cómo vamos a regresar?
– ¡No me regañes, nunca me he perdido en la Sierra, encontraré el camino! -, le dijo al ave. -No te he obligado a que vengas conmigo. He deambulado sola por estos parajes, siempre he regresado, nunca he necesitado ayuda, ¡NO LA NECESITO, ave impertinente!
– ¡Tu tozudez, no te dejan ver los posibles peligros con los que te puedas encontrar!, ¡tu obstinación te ha puesto una venda tan fuerte que atora tus sentimientos!, nunca has sabido pedir ayuda, aunque la hayas necesitado, y en estos momentos me necesita- le dijo el Abejaruco, intentando que entrara en razón.
-Me conozco esta Sierra, nunca me he perdido en ella. Encontraré el camino de vuelta, no es tan complicado, llegaré a casa, no tendré problemas, ¡Abejaruco desconfiado! -, le reprochó Sara con seguridad y altanería.
Emprendieron el camino de vuelta, estuvieron horas sin llegar a ningún lugar concreto, las sendas estaban desdibujadas por la tormenta, el lodo retardaba los pasos, el regreso se estaba haciendo complejo.
Sara miraba al Abejaruco siendo consciente que éste tenía razón y que estaba perdida en la Sierra.

– ¡Tenías razón, mi fiel amigo!, me he perdido. ¡Ayúdame a encontrar el camino! Creí estar segura de andar por estos caminos, de conocer la Sierra. El paisaje desolado por la tormenta no me deja ver claro por donde ir. Antes me guiaba por el color de las amapolas y el aroma de las jaras, dejar de sentirlas ha hecho que este lugar sea desconocido para mí-, dijo Sara atemorizada ante aquella situación.
– ¡Está bien, mi querida amiga!, encontraremos el camino de vuelta. No estás tan perdida, mira a tu alrededor-, le dijo el Abejaruco. -La desolación que te rodea, es solo un sentimiento aferrado que tienes que dejar salir para que desaparezca.
Sara no entendía lo que le decía el Abejaruco. Ella había visto una terrible tormenta que fue arrasando su Sierra de Pela. Dudosa y sorprendida por lo que estaba viviendo, siguió el vuelo del Abejaruco.
Parecía que aquel lugar no tenía una salida, llevaban caminando muchas horas y el cansancio se estaba apoderando de ella. Estaba tan agotada que en un descuido tropezó con una piedra y calló al suelo. Enfurecida por su torpeza, se levantó con ira. Esa emoción desapareció al momento, cuando al incorporarse se encontró con dos enormes árboles, cada uno tenía un cartel en el tronco, “Pasado” y “Presente”, desconcertada por lo que estaba viendo, se dirigió al abejaruco

– ¿No falta un tercer árbol con el cartel de “Futuro”?
-No, mi querida amiga, esto no es un cuento de Charles Dickens, es la vida real. Tu impaciencia no te deja ver el mensaje que te transmiten los árboles-, le respondió el Abejaruco. -Tienes que elegir uno y argumentar tu decisión, de ti depende que encuentres el camino de vuelta.
Sara dudaba de aquellos carteles, pensó que era una prueba, decidió coger el “Pasado” argumentando que para ella el “Presente” es la tormenta y la desolación en la que se encontraba. El “Pasado” era su hermosa Sierra de Pela florecida con amapolas y jaras, con sinuosos senderos por los que caminaba con libertad.
– ¿Quieres quedarte con el pasado?, tu decisión no es la correcta. En el presente está la solución para que vuelvas a ver la Sierra, las amapolas, las jaras, los caminos-, le aclaró el abejaruco. -Mi avezada amiga, quítate el yelmo de tus ojos y la armadura que te cubre, está tapando lo que es real. Reflexiona sobre lo que te he dicho.
Sara cerró los ojos respiró profundamente y sintió alivio en su interior. Reflexionó el mensaje y las pistas que el abejaruco le fue dando para encontrar el camino de vuelta.

-Ahora te he entendido, mi impaciencia y terquedad era la causa del peso de la armadura que cubría la razón. El “Presente” es la consecuencia del pasado y la cosecha del futuro. Las semillas las planté en el “Pasado”, y creí que iban a ser eternas. El “Presente” desolado lo había visto a través de la armadura, provocando que la Sierra, las amapolas y las jaras desaparezcan por la tormenta. Pasarán muchas tormentas por este lugar, esta me ha hecho ver que todo fluye y nada es permanente. Y el “Futuro”, que no estaba en los carteles es fruto de las decisiones que tome en el “Presente”-, le aclaró Sara al abejaruco con fortaleza y seguridad. -Elijo el “Presente”, lo real, tu lección me ha dado confianza en mí. ¡Yo puedo con las tormentas que se avecinen!
Suena la alarma del reloj, las siete de la mañana.
– ¡Heronía, hay que levantarse!, la tormenta persiste, si vas a la Sierra protégete, ayer viniste empapada, los forestales te encontraron en el refugio asustada-, le dijo una voz familiar.
Sara se incorporó pensativa, confusa y sorprendida. Se preguntó si había sido un sueño, o era real, aquello. Miró por la ventana de su habitación y se quedó fijamente mirando al Abejaruco que todos los días la despertaba con su trinar.
Y colorín colorado este cuento ha terminado. La vida de Sara sigue, no es un cuento es real.
Nota de la autora:
Como dice el cuento, la vida de Sara es real. Es mi amiga, una mujer que ha luchado con tormentas cuerpo a cuerpo, fuerte como una guerrera ha ganado batallas sin armaduras. Mi querida amiga espero que sea de tu agrado este cuento. Te quiero amiga.
Un cuento hecho realidad!!
GRANDE, Sara😘
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