
Tu mirada penetrante hizo que me detuviera ante tu venerado alumbramiento. Esos bellos ojos almendrados que transmiten amor y calma me enamoraron el día que te conocí, en la Galería de los Uffizi en Florencia.
Venus púdica, hermosa Afrodita que tapas tus vergüenzas con tu larga melena; fuiste musa de pintores y obstinación de mecenas, Giuliano y Lorenzo de Médici intentaron conquistarte en numerosas ocasiones. Proclamada “Reina de la Belleza” en un torneo de justas, Botticelli te representó como la diosa Pallas Athene, eras “La incomparable”; fuiste la mujer más hermosa de Florencia, la más bella del Renacimiento.
Simonetta Vespucci, quiero saber que dice tu mirada, eres enigmática como la “Gioconda”, inocente como “La Joven de la Perla” y atrevida como “La Gran Odalisca”.
Ahora entiendo que Sandro Botticelli estuviera enamorado de ti, siempre en silencio, nunca te lo dijo con palabras, te lo insinuaba con los delicados y sinuosos trazos que florecían a través de su pincel, germinando tu hermosa imagen en lienzos de lino fino.
Obsesionado por tu belleza, fuiste su musa en todas sus obras. Su amor fue tan puro y leal, que quedó desolado cuando expiraste el último aliento, estaba tan prendado de ti que nunca pudo soportar tu pérdida, vivió el resto de su vida retratando tu belleza. Lo abandonaste muy joven, 23 años tenías cuando el sueño profundo en forma de tuberculosis te llevó hacia la vida eterna.

Botticelli te hizo este hermoso homenaje nueve años después de tu muerte. Aquí estás, han pasado los siglos y has convertido “El Nacimiento de Venus” en una obra maestra.
Tu enamorado nunca te abandonó, fuiste su amor imposible. Ahora yace junto a los pies de tu tumba, ese fue su deseo, su última voluntad para poder pasar la eternidad junto a ti, su amor prohibido.