Tren con destino al olvido

Eran las cinco y veinte de la tarde y su tren estaba a punto de llegar a la estación, contaba los minutos impaciente, deseando escuchar el silbido de la locomotora anunciando la llegada.

Llegaría a las cinco y media si no venía con retraso como en otras ocasiones.

Sentada en un banco de madera, carcomido por el paso del tiempo, Esperanza observaba los oxidados rieles y los agrietados traviesos del camino de hierro.

Orgullosa de ser hija de un ferroviario, en la escuela presumía conocer como funcionaba cada palanca de la locomotora de su progenitor. De mayor quería ser como su padre, maquinista de tren, le apasionaba subir a la locomotora y fantasear largos viajes con el atuendo que su padre le había regalado en su último cumpleaños.

Cada lunes su papaíto, como le llamaba Esperanza con cariño, la cogía en brazos y le explicaba el funcionamiento de las palanca que componían el cuadro de la locomotora. Juntos inventaban emocionantes rutas en la que no faltaban polizones, piratas, refinadas señoritas y monstruos bicéfalos como pasajeros destacados; iban subiendo y bajando al anden en fantásticos pueblos donde moraban lugareños peculiares, recibiendo a Esperanza y a su papaíto como un gran día de fiesta.

El reloj de la estación marcaba las cinco y media y el tren aún no había llegado a su destino. Pasaban los minutos, y aquel enorme reloj envejecido por los años y el desuso, había inmovilizado las herrumbrosas manizuelas, el tiempo se había parado en la vieja estación.

Esperanza, vestida de domingo, se levantó del banco, miró hacia el lejano horizonte con la ilusión de visionar el humo que escupía la chimenea de la locomotora. Sólo vio las grises nubes del firmamento acechando una inmediata tormenta. De vuelta al banco, sus ojos transmitían tristeza, el tren llegaba con retraso.

Un sonoro silencio por el soplido del bramido viento, barría la alfombra de hojas secas del pavimento de la abandonada estación.

– ¡Madre, por fin te he encontrado!, ¡qué susto me has vuelto a dar!, te he buscado por todo el pueblo!-, dijo su hijo asustado y sofocado al encontrarla. -¿Qué haces otra vez en la vieja estación?-, le dijo el hijo un poco más calmado.

-¡Papaíto!-, respondió Esperanza con una enorme sonrisa. -¡Llevo esperándote desde las cinco, como cada lunes!-, transmitía Esperanza con aquella mirada perdida, anclada en su único recuerdo. -¡Hoy no has tocado el silbato de llegada, he tenido miedo que hubieras descarrilado!-, enfatizó Esperanza con lágrimas en sus apagados ojos.

-¡Madre, el abuelo murió hace sesenta años!-, respondió su hijo emocionado mirando los ojos de Esperanza.

El hijo cogió a su madre de la mano para llevarla a casa; el tiempo había empeorado.

Ambos observaron aquella vieja estación, se miraron fijamente a los ojos, los de Esperanza transmitían el olvido, los de su hijo tristeza al sentir cómo su madre se iba apagando como una vela. La delicada salud de Esperanza iba borrando su memoria, en ella sólo permanecía el recuerdo de su infancia en aquella estación.

Mensaje en una botella

Hay botellas que contienen letales venenos, que destruyen vidas, derriban proyectos e ilusiones, arruinan familias, pulverizan tu mente exterminando tu cuerpo y te consiguen matar.

Hay botellas con sabores de amargura que te embriagan de penas, tristezas quebrantes y desdichas, que te arrastran a la guerra fingiendo que te llevarán a la paz.

Ese veneno que corre por tus venas alimentando tus miedos, convirtiéndote en un falso valiente, te desemboca a un mundo irreal.

Crees que lo eres todo, que es tu pócima mágica que cura tus heridas, y no te das cuentas que esas llagas se hacen más profundas hasta que caes en el abismo del infierno y no puedes salir porque no te dejas ayudar.

Despiertas del letargo averno y no sabes dónde estás. La culpa te abruma, tu boca siente fuego y vomitas miserias que duelen, acorralándote como la lava de un volcán.

La soledad invade tu existencia, gritas con estruendos sollozos, y sólo escuchas un terrible eco que dice -¡no lo volveré hacer más-.

Miras fijamente esa botella vacía y te preguntas -¿qué has hecho con mi vida?, ¿porqué me has engañado?, me prometiste tenerlo todo y aquí estoy sola contigo, invadida de lamentos que ya nadie quiere escuchar. -¡Me has hundido con tu elixir de la mentira!, -¡Desaparece de mi vida, no te quiero a mi lado, me has hecho daño!.

Ahora me he dado cuenta, que no te quiero conmigo, hasta aquí hemos llegado, quiero seguir otro camino dónde tú no tengas cabida.

-¡Esta vez gané la partida, no he entrado en tu macabro juego!

-¡Soy más fuerte que tu veneno, odio el falso placer que me dabas, no te quiero volver a probar!

He deambulado sin rumbo, buscando caminos que me lleven a un lugar seguro, y con tu compañía no lo puedo lograr.

Desesperada por la soledad que me aferra, la lanzo al vacío con un urgente mensaje «Necesito ayuda, sola no soy capaz». 

De pronto me tienden una mano que me guía fuera de aquel horrible lugar. Voy despacio, con cautela, no quiero volverme a engañar. Cada paso es más firme y seguro, dejando el rastro de las ropas que me han encarcelado de miedo. Mi cuerpo se siente más ligero, ahora lo he vestido con los atuendos de la verdad.

Veo un largo y duro camino, mi instinto me dice que es el que tengo que tomar. Afianzo mis huellas abandonando aquel lugar desierto, mi desdicha la he dejado atrás.

Retomo el sendero de mi vida, a lo lejos veo todo lo que había perdido, -¡tengo que llegar hasta el final, quiero recuperar lo que había perdido!-.

Termino mi camino, he llegado a la meta, -¡he ganado a la mentira!-. Ha merecido la pena dejar la botella atrás.

Ahora soy premiada por el cariño, por la confianza de aquellos a los que les hice daño. No hay vuelta atrás.

Aunque tengo el perdón de los míos, a veces la culpa me invade al recordar aquel amargo pasado.

Lo que importa es el presente, teneros a mi lado, vuestro cariño me hizo reflexionar, «que yo valgo la pena y nunca me volveré a abandonar».

El Quinto Pecado Capital

Nací libre sin darme cuenta de ello, con el tiempo mi libertad se fue mermando por mis miedos y temores. De poco a poco me vi inmersa en los estigmas sociales, verdugo que me ha ido acompañando en cada momento de mi vida, empujándome al laberinto del Minotauro. Me preguntaba como salir de aquella prisión sin encontrarme con aquel monstruo que se alimentaba con gula haciéndose más fuerte.

Reflexioné en aquella prisión de calles sin salidas con muros infranqueables coronados con alambres espinadas, en el que sólo respiraba soledad, desesperación, apatía, vacío y vergüenza.

–¿Porqué mi libertad se ha visto marcada por unos estereotipos sociales que me han convertido en esclava de mi imagen?, ¿porqué no me he dado cuenta que seguir siendo libre depende de mí? Yo tengo la solución, yo puedo recuperar mi libertad.

Todos los laberintos tienen salida, igual que Dédalo lo construyó con ingenio para encerrar al Minotauro, el entramado tenía una solución. Igual que el joven Teseo pudo salir de él con la ayuda del hilo de Ariadna, dando muerte al Minotauro.  

Yo también maté al bulímico monstruo. Me desencadené de las garras del quinto pecado capital, me liberé de la condena del tercer círculo del infierno, definido por Dantes en la Divina Comedia. Maté al Minotauro, al Monstruo de las Galletas, a los bacanales excesos, al desenfreno de la embriaguez que me había hundido en las cloacas del averno.

Siempre hay una salida que te lleva al camino de la serenidad, del equilibrio; al sendero de la fortaleza; a la vida.

Monólogo: LA EDAD

Mis queridas y queridos lectores de Me Niego a Ser Musa, hace mucho tiempo que no sabéis nada de mí, durante este tiempo he estado analizando un tema que afecta a la humanidad, y es la edad. Estoy segura que nunca os habéis preguntado ¿Por qué a nadie le gusta decir su edad?, no lo sé, es una pregunta que me hago cada vez que felicito a una persona en su cumpleaños y se niega a decirla.


Te responden con – ¡Tengo muchos!, ¡tengo taitantos!, ¡siempre cumplo los mismos!, ¡lo importante es sentirse joven!
Nadie dice su edad, son sólo excusas. A mí personalmente me encanta cumplir años y decir mi edad.¡ Felicidades, Dori!, ¿cuántos has cumplido? yo también les respondo irónicamente con alguna excusa.
-Un año más, los demás ya los tenía.


No me importa decir mi edad, el 2 de agosto hice 45 años. Sí 45 primaveras, bueno 45 veranos porque soy Leo; para mí es estupendo cumplir años, sobre todo porque estoy viva.
Hay personas que te dicen que no les gustan cumplir años, yo que soy buena consejera, les digo muérete, es innecesario seguir sufriendo.


Entre las personas que te felicitan tenemos a los graciosos de turno que te dicen -¡Felicidades, anda que ya eres más vieja, que cumplas muchos más. Y te dan unas ganas tremendas de decirles, sí y que tú lo veas, pero con los ojos en las manos. Yo seré más vieja, pero tú más gilipollas.


Después están los felicitadores brutos, animales que nunca están en peligro de extinción, que huyes de ellos, te persiguen, te acosan para tirarte de las orejas, son una pesadilla, como los odio, pero que pasa contigo que no estás ordeñando una vaca, que son mis orejas, no quiero ser Dumbo. Aunque viéndolo de esta manera con orejas de Dumbo podría volar y cagarme en ellos como esas maravillosas cigüeñas que surcan los cielos que cuando menos te lo esperas te echan cubos de cal encima, y te dices, 7.684 millones de personas en el mundo y la puta cigüeña se ha cagado en mí.


Confieso que el tema de la edad nos marca en cada etapa de nuestra vida, no por el número de años que cumplas, eso no importa, si no por esos malditos sufijos que te etiquetan de por vida, son como los tatuajes, lo llevas incrustados y nunca desaparecen.


Esas maravillosas y malditas etapas florecen en tu vida, cual flor en primavera. Ahora me pongo metafórica, liviana, pero es la cruda realidad, tienes que pasar por ellas.


Los inicios, en tu primera etapa, se lleva muy bien, sobre todo cuando pasas de los 19 a los 20 años, ¡todo es maravilloso, eres veinteañera, ya eres adulta!, se supone también que responsable, yo… creo que lo fui, ¡horror se me ha olvidado aquella época, me estoy haciendo mayor!, me está afectando a mi salud cumplir años.


Durante la década de los 20, llevas marcado ese -añera, bonita palabra, suena hasta bien, es suave, jovial, interesante, esta década es maravillosa, no eres mayor, pero te hace sentir adulta, porque eres veinteañera.


Ya, el paso de los 29 a los 30, se puede llevar bien, eres más adulta, vas ascendiendo en el escalafón, es una década interesante, sigues siendo “-añera”, que es lo más importante, sigues marcada por ese sufijo apreciativo. Treintañera, eres más madura, pero no te sientes mayor hasta que el mocoso de turno se dirige a ti como “señora”, ¡qué horror, me están insultando!, miras a ese horrible niño y lo primero que se te pasa por la cabeza es darle dos ostias por maleducado. Pero, bueno te consuelas porque eres treintañera.


Llegamos a la peor etapa de la vida, a un acontecimiento que se puede comparar con la mayor transición de la historia de España, que te marca tanto que te parece que vuelves a vivir la investidura de Adolfo Suarez, nunca se olvida, ese – puedo prometer y prometo. Esa transición de los 39 a los 40 años, es donde viene el cambio, es un trauma para la persona, y un gran negocio para los psicólogos, el 99% de los humanos recurren a ellos.


-Vengo a tu consulta, necesito ayuda, soy una CUARENTONA, ¿por qué a mí?, ese “–ona” tan despreciativo y sarcástico me ha marcado la vida, ¡qué desgraciada soy!, ¿qué hago?, no puedo vivir con ello, que angustia, quiero morirme.
La psicóloga te dice que te tranquilices, que respires, -Dori es normal es la crisis de los 40, no te preocupes, relájate haz yoga, practica la respiración….

¿Cómo, esa es la solución?, ¿y, eso cómo lo tomo?, ¿una dosis de yoga y respiración cada 8 horas durante 4 semanas?, ¿y el resto del día no respiro?, tú me quieres matar, además de cobrarme 150 euros por la sesión. Eso me angustia más que tener 40 años. ¡Dios mío, porqué me has abandonado!, no creí que te iba a sentar tan mal que dejara de ir a misa los domingos, no me castigues, no me martirices. Vamos Dios, entre tu y yo, que no quiero llegar a santa, para que me pongas estas pruebas tan duras en mi vida, que ser santa no va conmigo, yo que soy un poco rebelde prefiero ser un demonio.


Salgo de la consulta de mi psicóloga, un poco más tranquila, después que me explicara que el resto de las horas me está permitido respirar. Esa tranquilidad, se me esfumó al instante, paso frente a un quiosco, me paro en seco, y lo primero que leo son varios titulares de portadas que dicen “La crisis de la mujer a los 40 años”, “A los 40 años, comienzas a vivir”, por Dios, ¿he estado muerta hasta ahora y no me había enterado?, ¿se puede nacer con 40 años?, esto es de locos; señores y señoras editoras que mi madre es septuagenaria y dudo que pueda parir a un bebe de 40 años. Esto es para un Expediente X, aunque mirándolo de esta manera, Iker Jiménez tendría un suculento tema para investigar en su programa, ya lo estoy viendo


-Hoy en Cuarto Milenio veremos un caso de misterio, un gran enigma en la historia de la humanidad por resolver “Nace una mujer con 40 años”; volvemos después de 6 minutos de publicidad, 6 minutos que se te hacen como 6 décadas, que vuelves de la publicidad y te han salido más de cien canas en la cabeza.
Ese titular me recuerda al coñazo de película “El curioso caso de Benjamin Button”, que lo único bueno que tiene es el protagonista, Brad Pitt, ese chico sí que gana con los años.


Sigues el ciclo de la vida primero, cuarentona, luego cincuentona; para pasar a ser -aria, pero no aria de alemana, sino sexagenaria, es decir 60 años, que, aunque son más de cuarenta el sufijo -aria es culto, apreciativo con valor de prestigio y respeto. O lo que es lo mismo la nueva juventud, aunque en algunos casos puedes pasar directamente a la niñez y volver a utilizar pañales por las pérdidas de orina.


Después de mucho reflexionar, he decidido ponerme en contacto con la Real Academia Española para sugerirles que se replantee una anulación de pleno derecho de los sufijos -añera, -ona y -aria. Señores catedráticos que según el artículo 14 de la Constitución Española todos somos iguales ante la ley, aunque esto sea una leyenda urbana, nadie es igual ante la ley, aunque queda bonito la redacción de este artículo que no vale para nada. Ni siquiera cuando estás opositando para ser funcionaria, pero te lo tienes que aprender, aunque no creas en ello.


En fin, con todo esto, he recapacitado mucho, y he llegado a la conclusión que tengas la edad que tengas lo importante es tu actitud. Puedes ser una veinteañera con cansancio crónico, que una cuarentona que ha coronado 7 veces el Everest. La actitud es lo importante, la edad es sólo un número.

Simonetta Vespucci: El amor prohibido de Botticelli

Simonetta Vespucci (1453-1476)

Tu mirada penetrante hizo que me detuviera ante tu venerado alumbramiento. Esos bellos ojos almendrados que transmiten amor y calma me enamoraron el día que te conocí, en la Galería de los Uffizi en Florencia.

Venus púdica, hermosa Afrodita que tapas tus vergüenzas con tu larga melena; fuiste musa de pintores y obstinación de mecenas, Giuliano y Lorenzo de Médici intentaron conquistarte en numerosas ocasiones. Proclamada “Reina de la Belleza” en un torneo de justas, Botticelli te representó como la diosa Pallas Athene, eras “La incomparable”; fuiste la mujer más hermosa de Florencia, la más bella del Renacimiento.

Simonetta Vespucci, quiero saber que dice tu mirada, eres enigmática como la “Gioconda”, inocente como “La Joven de la Perla” y atrevida como “La Gran Odalisca”.

Ahora entiendo que Sandro Botticelli estuviera enamorado de ti, siempre en silencio, nunca te lo dijo con palabras, te lo insinuaba con los delicados y sinuosos trazos que florecían a través de su pincel, germinando tu hermosa imagen en lienzos de lino fino.

Obsesionado por tu belleza, fuiste su musa en todas sus obras. Su amor fue tan puro y leal, que quedó desolado cuando expiraste el último aliento, estaba tan prendado de ti que nunca pudo soportar tu pérdida, vivió el resto de su vida retratando tu belleza. Lo abandonaste muy joven, 23 años tenías cuando el sueño profundo en forma de tuberculosis te llevó hacia la vida eterna.

Nacimiento de Venus (1482-1485)

Botticelli te hizo este hermoso homenaje nueve años después de tu muerte. Aquí estás, han pasado los siglos y has convertido “El Nacimiento de Venus” en una obra maestra.

Tu enamorado nunca te abandonó, fuiste su amor imposible.  Ahora yace junto a los pies de tu tumba, ese fue su deseo, su última voluntad para poder pasar la eternidad junto a ti, su amor prohibido.

Cuento: Sara y el Abejaruco

SARA

Érase una vez, y mentira no es en un lugar no muy lejano de la Sierra de Pela, caminaba una mujer Soñadora, Alegre, Risueña y Apacible; Sara, se llama, le apasionaba perderse por los senderos y recovecos de la Sierra. Amaba la naturaleza, su conexión era tan fuerte que se comunicaba con las amapolas y las jaras. Sara siempre iba acompañada por su ángel de la guarda, un Abejaruco, que amenizaba con el canto de su trinar, el camino de Sara.

– ¡Buenos días amapolas, qué hermosos colores tenéis! -dijo Sara con dulzura. – ¡qué aroma tan embriagador desprendéis hoy mis bellas jaras!

Las flores, como eran tan coquetas saludaban emocionadas a Sara con sus pistilos. Sara le transmitía su dulzura, las amapolas y las jaras iluminaban la falda de la Sierra haciendo de Pela un lugar mágico.

– ¡Qué melodía tan apacible para mis sentidos, mi amado Abejaruco! -, se dirigía a su fiel ave, enalteciendo su canto.

Uno de esos días que amanecen con nubes negras dispuestas a escupir rayos y lluvias, amenazadoras de arrasar todo lo que encuentra por el camino; Sara, aventurera nata, se dirigió a la Sierra. El Abejaruco la alentó de no entrar en la Sierra al predecir lo que se iba a avecinar. Sara hizo caso omiso, no veía el peligro de la tormenta, pensó que el ave exageraba.

Adentrada por aquellos senderos, las nubes comenzaron a soplar fuertes vientos, diluviar torrenciales lluvias y a escupir tantos rayos que Sara tuvo que buscar un refugio. Era tan fuerte la tempestad que la Sierra de Pela dejó de verse. Dentro del refugio Sara sintió miedo, desconocía esa emoción, no sabía qué estaba pasando; la tormenta no paraba, los minutos se convirtieron en horas, Sara se quedó dormida dentro del refugio.

Cuando Sara despertó la tormenta había pasado, no sabía el tiempo que había permanecido dormida, horas, días, meses, quizás años, estaba confusa. Salió del refugio, sintió un fuerte y acelerado latir en el corazón al ver el desastre que había provocado la tempestad en la Sierra. Dudaba si estaba soñando o aquello era real; su amada Sierra de Pela era gris, la cúpula celeste oscura, la vegetación había desaparecido y los senderos se habían borrado. Sara estaba sola, no sabía cómo volver, en ese momento sintió un gran vacío quedando inmóvil.

Tormenta

– ¿Dónde estoy?, ¿me he perdido?, ¿estoy soñando? – se preguntaba. – ¡No veo la Sierra, las jaras, las amapolas!, ¿Dónde ha ido todo aquello que amo?

Un silencio sepulcral hizo eco en aquel instante, miró a su alrededor horrorizada. Aquel momento fue interrumpido por un trinar ronco, era el Abejaruco. Sara se sintió aliviada al verle, éste la miró y sacudiendo su colorido plumaje se dirigió a ella.

– ¡Eres terca como una mula!, te alenté del peligro y no me hiciste caso. ¿Cómo vamos a regresar?

– ¡No me regañes, nunca me he perdido en la Sierra, encontraré el camino! -, le dijo al ave. -No te he obligado a que vengas conmigo. He deambulado sola por estos parajes, siempre he regresado, nunca he necesitado ayuda, ¡NO LA NECESITO, ave impertinente!

– ¡Tu tozudez, no te dejan ver los posibles peligros con los que te puedas encontrar!, ¡tu obstinación te ha puesto una venda tan fuerte que atora tus sentimientos!, nunca has sabido pedir ayuda, aunque la hayas necesitado, y en estos momentos me necesita- le dijo el Abejaruco, intentando que entrara en razón.

-Me conozco esta Sierra, nunca me he perdido en ella. Encontraré el camino de vuelta, no es tan complicado, llegaré a casa, no tendré problemas, ¡Abejaruco desconfiado! -, le reprochó Sara con seguridad y altanería.

Emprendieron el camino de vuelta, estuvieron horas sin llegar a ningún lugar concreto, las sendas estaban desdibujadas por la tormenta, el lodo retardaba los pasos, el regreso se estaba haciendo complejo.

Sara miraba al Abejaruco siendo consciente que éste tenía razón y que estaba perdida en la Sierra.

Amapolas

– ¡Tenías razón, mi fiel amigo!, me he perdido. ¡Ayúdame a encontrar el camino! Creí estar segura de andar por estos caminos, de conocer la Sierra. El paisaje desolado por la tormenta no me deja ver claro por donde ir. Antes me guiaba por el color de las amapolas y el aroma de las jaras, dejar de sentirlas ha hecho que este lugar sea desconocido para mí-, dijo Sara atemorizada ante aquella situación.

– ¡Está bien, mi querida amiga!, encontraremos el camino de vuelta. No estás tan perdida, mira a tu alrededor-, le dijo el Abejaruco. -La desolación que te rodea, es solo un sentimiento aferrado que tienes que dejar salir para que desaparezca.

Sara no entendía lo que le decía el Abejaruco. Ella había visto una terrible tormenta que fue arrasando su Sierra de Pela. Dudosa y sorprendida por lo que estaba viviendo, siguió el vuelo del Abejaruco.

Parecía que aquel lugar no tenía una salida, llevaban caminando muchas horas y el cansancio se estaba apoderando de ella. Estaba tan agotada que en un descuido tropezó con una piedra y calló al suelo. Enfurecida por su torpeza, se levantó con ira. Esa emoción desapareció al momento, cuando al incorporarse se encontró con dos enormes árboles, cada uno tenía un cartel en el tronco, “Pasado” y “Presente”, desconcertada por lo que estaba viendo, se dirigió al abejaruco

Jaras

– ¿No falta un tercer árbol con el cartel de “Futuro”?

-No, mi querida amiga, esto no es un cuento de Charles Dickens, es la vida real. Tu impaciencia no te deja ver el mensaje que te transmiten los árboles-, le respondió el Abejaruco. -Tienes que elegir uno y argumentar tu decisión, de ti depende que encuentres el camino de vuelta.

Sara dudaba de aquellos carteles, pensó que era una prueba, decidió coger el “Pasado” argumentando que para ella el “Presente” es la tormenta y la desolación en la que se encontraba. El “Pasado” era su hermosa Sierra de Pela florecida con amapolas y jaras, con sinuosos senderos por los que caminaba con libertad.

– ¿Quieres quedarte con el pasado?, tu decisión no es la correcta. En el presente está la solución para que vuelvas a ver la Sierra, las amapolas, las jaras, los caminos-, le aclaró el abejaruco. -Mi avezada amiga, quítate el yelmo de tus ojos y la armadura que te cubre, está tapando lo que es real. Reflexiona sobre lo que te he dicho.

Sara cerró los ojos respiró profundamente y sintió alivio en su interior. Reflexionó el mensaje y las pistas que el abejaruco le fue dando para encontrar el camino de vuelta.

Abejaruco

-Ahora te he entendido, mi impaciencia y terquedad era la causa del peso de la armadura que cubría la razón. El “Presente” es la consecuencia del pasado y la cosecha del futuro. Las semillas las planté en el “Pasado”, y creí que iban a ser eternas. El “Presente” desolado lo había visto a través de la armadura, provocando que la Sierra, las amapolas y las jaras desaparezcan por la tormenta. Pasarán muchas tormentas por este lugar, esta me ha hecho ver que todo fluye y nada es permanente. Y el “Futuro”, que no estaba en los carteles es fruto de las decisiones que tome en el “Presente”-, le aclaró Sara al abejaruco con fortaleza y seguridad. -Elijo el “Presente”, lo real, tu lección me ha dado confianza en mí. ¡Yo puedo con las tormentas que se avecinen!

Suena la alarma del reloj, las siete de la mañana.

– ¡Heronía, hay que levantarse!, la tormenta persiste, si vas a la Sierra protégete, ayer viniste empapada, los forestales te encontraron en el refugio asustada-, le dijo una voz familiar.

Sara se incorporó pensativa, confusa y sorprendida. Se preguntó si había sido un sueño, o era real, aquello. Miró por la ventana de su habitación y se quedó fijamente mirando al Abejaruco que todos los días la despertaba con su trinar.

Y colorín colorado este cuento ha terminado. La vida de Sara sigue, no es un cuento es real.


Nota de la autora:

Como dice el cuento, la vida de Sara es real. Es mi amiga, una mujer que ha luchado con tormentas cuerpo a cuerpo, fuerte como una guerrera ha ganado batallas sin armaduras. Mi querida amiga espero que sea de tu agrado este cuento. Te quiero amiga.

Luisa «La Roldana»: escultora empoderada

El bullicio de Sevilla no enmudece el estrépito ruido de los escoplos, martillos, sierras y escarpelos en el taller de la calle Muela, donde trabaja bajo la égida paterna, Luisa Ignacia Roldán, conocida como “La Roldana”. Escultora rebelde, con constantes inquietudes y ansias por desarrollar por sí misma su talento.

Bajo las órdenes de su padre, Pedro Roldán, reconocido escultor barroco, trabajaban los ocho hermanos; los varones realizaban los trabajos que suponían mayor brusquedad física, las mujeres se dedicaban a las labores más delicadas: dorar, estofar y encarnar las figuras. Luisa no se conformó con ocuparse de la policromía de vírgenes, cristos y santos, comenzó a diseñar y tallar por sí misma. Su fuerte carácter la llevaría a rebelarse contra el dominio patriarcal contrayendo nupcias con Luis Antonio de los Arcos, ante la negación contumaz de su progenitor:

-Hija mía, me niego a darte el consentimiento para casarte -le dijo a Luisa con rotundidad-, seguirás trabajando en mi taller.

-Me casaré con él aunque tenga que recurrir a los tribunales- le recriminó Luisa posicionándose a su padre.

-¡Desconsiderada, ese hombre no te aportará más que problemas!- respondió el padre – como hija debes seguir en mi taller.

-¿Acaso padre, teme que una mujer sea mejor que un hombre en este oficio?- le preguntó Luisa con tono picaresco. -¿O teme que con mi talento le arrebate su fama y reconocimiento como el mejor escultor de la escuela sevillana?.

-No digas sandeces Luisa, este oficio está hecho para hombres, siempre serás la hija de Pedro Roldán. Seguirás con la tradición familiar como ayudante de mi taller – dijo el escultor con autoridad hacia su hija.

Luisa, sediciosa y tenaz en sus propósitos, logró por mandato judicial celebrar su matrimonio.

La Roldana se independizó de la tutela paterna  y triunfó como artista, siendo escultora de cámara en la regencia de Carlos II y Felipe V, honor y privilegio reservado a muy pocos hombres y a ninguna mujer.

Pionera en el modelaje del barro, sin sucumbir en el tradicional tallaje de la madera, destacó como escultora en un oficio hecho para el hombre del siglo XVII.

La vida personal de La Roldana no fue fácil: pasó hambre, rozó la miseria y sufrió el dolor como madre con la pérdida de cuatro de los seis hijos que tuvo en el matrimonio. Eran tiempos difíciles en España, obtuvo pocos ingresos por sus obras, las arcas del Estado estaban vacías. Luisa no se rindió como cabeza de familia, de ella dependía que sus hijos tuvieran una vida digna. Obtuvo una habitación para cobijarse y una ración de comida diaria, a través de los encargos que la nobleza seguía solicitando.

El drama personal no empañó su éxito artístico con imágenes cuya expresión transmiten emociones: alegrías en las natividades,  dolor y desgarro en las vírgenes por la muerte de su hijo,  y agonía y padecimiento de los cristos.

Desconocida y muda en los libros de texto de arte de todos los tiempos, por ser mujer. Hoy es reconocida como la primera escultora barroca, pionera en esta disciplina.

La Mochila

Érase una Mujer en un estanque de aguas negras, cenagosas y turbias. Nadaba sin dirección, sin rumbo fijo a merced de las circunstancias.

Mujer apenas se podía mover en el agua, llevaba una pesada mochila que le impedía avanzar en aquella cisterna que la sumergía hacia el fondo.

A lo lejos de la fangosa alberca Mujer vio una puerta de madera.

-¡Qué lejos está, no sé si podré llegar hasta allí, me estoy ahogando!-, musitó desesperada.

Mujer consiguió llegar hasta la puerta amarrada a su pesada mochila.

-¡Socorro, necesito ayuda!-, gritó con agonía.

-¿Quién está llamando a mi puerta?-, respondió una profunda Voz-.

-Yo, Mujer-, suspirando entre sollozos.

-¿Y, quién eres tú Mujer?-, preguntaba Voz ante aquellos desgarradores lamentos.

-No lo sé. Sólo sé de mí que no sé quien soy-, dijo Mujer más calmada.

La puerta se abrió y Mujer, con miedo, pasó por el umbral asustada, al mismo tiempo que aliviada de dejar atrás el estanque.

-¿Qué te ha traído hasta aquí, Mujer?-, preguntó Voz acercándose hacia ella.

-El miedo, la desesperación, la tristeza y la angustia. Llevo toda la vida amarrada a esta pesada mochila y no sé cómo aliviar su peso- respondió Mujer con dolor.

-Déjame ver que llevas en ella- dijo Voz -No la puedo a abrir, la cremallera está tan oxidada que me impide ver lo que portas en ella.

-Te he dicho que la tengo amarrada, que necesito ayuda. Te repito que no sé quién soy- musitó Mujer llena de ira.

Hubo un momento de silencio ante el impulso agresivo de Mujer. Voz que estaba acostumbrada a estas reacciones bruscas, la invitó a quedarse un tiempo en aquel lugar, para ayudarla a solucionar el problema con su mochila.

-Yo sola no puedo abrir la cremallera, con la ayuda de mi equipo de Mesuras podremos acceder a ella, para ver ese peso interior que te desespera con amargura!-exclamó Voz al mismo tiempo que la cogió de la mano.

Mujer emprendió el recorrido acompañada de Voz buscando una solución para abrir la cargante mochila.

Voz advirtió a Mujer que el camino era largo, el firme con piedras y la dificultad era grande. Le alertó que con el peso de la mochila aquella senda sería angosta; pero era el camino en el podía encontrar la solución.

Ambas se pusieron en marcha, un grito aterrador de Mujer, hizo que se detuvieran.

-¡He visto un monstruo reflejado en ese espejo, tengo miedo que me haga daño!- exclamó Mujer aterrorizada.

-Yo sólo veo tu reflejo y no un monstruo- dijo Voz tratando de calmarla-. Lo que se refleja en el espejo es cómo tú te percibes Mujer. Yo veo a una persona con miedo y asustada.

Mujer estaba confusa ante las palabras de Voz, ya más tranquila retomaron el camino.

Por la senda se encontraron a una de las Mesuras del equipo de Voz.

-Mujer, te presento a la Mesura de las emociones y los valores- le alentó Voz -. Ella te va a enseñar a diferenciar y conocer que sientes.

Mujer experimentó un sutil alivio de peso en la mochila. Pensó que el camino iba a ser menos duro.

-¡Voz, no puedo respirar me asfixio, noto palpitaciones fuerte y ansiedad!- expiró Mujer al borde de un infarto-. Siento menos peso en la mochila, pero el camino es tan angosto que no paro de jadear con dificultad.

Hicieron una parada para que Mujer recuperase el aliento. De nuevo en marcha, apareció la Mesura del sosiego y la calma, Voz se la presentó.

-Mujer esta Mesura te enseñará a sentir la respiración para que la ansiedad que te ahoga se vaya calmando y desaparezca- le explicó Voz.

-¡Pero si llevo toda la vida respirando, tan mal no lo estoy haciendo cuando aún sigo con vida!- exclamó Mujer confusa y desconcertada.

-Ella te transmitirá tranquilidad y sosiego- le aclaró Voz -. Te enseñará a sembrar semillas que darán ricos frutos, te transmitirá amor por la naturaleza, a respirar aire limpio y te aleccionará para sentir como llega el oxígeno a tus pulmones y luego expulsarlo para deshacerte de la contaminación que atora tu interior.

Mujer empezó a sentir la respiración, notando como el aire llegaba a cada parte de su cuerpo, consiguiendo calmar la ansiedad.

Prosiguieron el camino y se encontraron con otra dificultad, un túnel oscuro cuya luz se había estropeado. Además, vieron el suelo levantado, eran obras inacabadas.

-¡Qué desastre, si hubiera un hombre nos ayudaría a reparar el interruptor y a terminar con esta faena!- dijo Mujer sorprendida con aquel caos.

-Te confundes Mujer, nosotras somos autosuficientes para desarrollar estos trabajos- le reprochó Voz enfadada por lo que acababa de escuchar.-Te presento a la Mesura del género y a la Mesura del emprendimiento. Ellas te enseñarán a valerte por ti misma sin la ayuda de un hombre, te guiarán desde una perspectiva de género, y te enseñarán a empoderarte y a definir tu valía para lograr los objetivos que te has marcado.

Mujer comenzó a caminar con agilidad, el peso de la mochila se había reducido. Empezó a reflexionar sobre las Mesuras que Voz le había presentado durante el recorrido. Analizó cada tramo del camino, había aprendido qué eran las emociones, los valores, las habilidades sociales, la empatía, la autoestima, la actitud, la motivación y lo importante que es cuidar la salud. Había adquirido herramientas y técnicas con las que comenzó a valorarse, a quererse y a aceptarse.

-Ahora me queda por saber quién eres tú, sólo sé que eres Voz- se dirigió hacia ella con ganas de resolver su duda.

-Yo soy todas las Mesuras- le respondió Voz -Somos un equipo de personas que ayudamos a Mujeres con problemas como tú, les tendemos la mano para guiarlas, como hemos hecho contigo. Cuando las vemos preparadas para que sigan solas el camino les soltamos la mano al mismo tiempo que le damos herramientas para superar los obstáculos que se pueden encontrar.

Mujer se quedó pensativa y reflexionó las palabras acababa de escuchar. Su pensamiento fue interrumpido con una pregunta que Voz le había hecho.

-Ahora dime, Mujer ¿quién eres?- preguntó Voz

-Soy Yo, Mujer. Este recorrido me ha ayudado a saber quién soy, a conocerme. Soy libre, el miedo ha desaparecido, la ansiedad ha disminuido y lo mejor de todo es que he descubierto cualidades que desconocía tener- respondió Mujer emocionada, orgullosa y segura.

Voz invitó a Mujer a que abriera sola la mochila para ver que llevaba dentro. Mujer se aventuró a abrirla, el óxido de la cremallera había desaparecido, la mochila estaba vacía.

-No lo entiendo, pesaba mucho, creí que llevaba piedras enormes- dijo Mujer.

-Y las traía Mujer- le aclaró Voz- .Esas piedras representaban como te percibías. Has sido muy valiente de llegar hasta aquí para pedir ayuda. Ahora que estás preparada para seguir tu camino he de soltarte la mano para que continúes. Recuerda que en el trayecto de tu vida te vas a encontrar con acontecimiento buenos y malos, tú Mujer eres la que tienes que saber como afrontarlos, llena tu mochila con las herramientas que te hemos dado, no pesan, sigue tu camino. En el sendero te encontrarás piedras, ahora eres fuerte para saber que tienes que hacer.

-No tropezaré en ellas como hasta ahora- aclaró Mujer con firmeza.- Hay piedras que forman parte del camino, me sentaré para reflexionar cómo seguir mi trayecto. Gracias Voz, he de dejarte y continuar.

Y colorín colorado el cuento ha terminado. Pero el camino no, hay que continuar por el sendero de la vida hasta llegar al final.

Nota de autora:

Dedicado a todas las mujeres que necesitan ayuda para encontrar su YO.

UN PROTAGONISTA INMORTAL

Póster Las Meninas
1656. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado

¡Pero Diego!, ¿ya lo has vuelto hacer?, mira que te gusta ser el protagonista de cada escena. En “Las Lanzas”, todos hablaron de ti, y ahora quieres volver a ser inmortal de otra obra. No sé que va a pensar Felipe IV y Mariana de Austria cuando entren en la sala y te vean reflejado en el encargo que te han hecho.

¡Pon un poco de orden! Y dile a Nicolasito que deje de azuzar al mastín y forme un revuelo, menos mal que Mari Bárbola no es de traviesa como el pequeño Pertusato.

¿Y ahora quién entra en la sala?, pero si es el aposentador José Nieto, ¿qué querrá ahora, quitarte protagonismo?, bueno al menos con la puerta que acaba de abrir dará luz a la sala.

No sé como te puedes concentrar con tanto personaje, la única que ha cogido la posición es la Infanta Margarita, ¡qué, no sé cómo aguanta a Doña Agustina y a Doña Isabel, no se separan de ella!.

Mi querido Diego, tengo la curiosidad de ver como creas tu obra, con tu permiso me voy ha acercar, con tanto personaje en la sala pasaré desapercibida, por qué ¡vaya jaleo, aquí no hay orden!.

Mi ilustre amigo, eres un genio, que delicadeza en los trazos, me gusta cómo acaricias el lienzo con cada pincelada y vas creando realismo con los colores de los óleos. ¡Qué destreza aglutinando pigmentos, creando luminosidad en tu paleta,! Primero el blanco, ahora el magenta, luego el negro, y así masajeando el pincel en el lino, has creado una obra que dará que hablar año tras año, siglo tras siglo.

Me marcho Diego, ha sido un placer ver tu trabajo. Cuando vaya al Prado, recordaré este magnífico momento, y disfrutaré de tu obra maestra, bueno rectifico, disfrutaremos de tu creación todos los que nos paremos frente a “Las Meninas”.

ANÉCDOTA

Este cuadro no siempre fue conocido como «Las meninas«, su título ha ido cambiado a lo largo de los años. En el inventario del Alcázar de 1666 se menciona como «Retrato de la señora emperatriz con sus damas y una enana» y de esta misma forma aparece en los inventarios sucesivos hasta el año 1700. Tras el incendio del Alcázar en la Nochebuena de 1734, aparece citado como «La familia del Señor rey Felipe IV» y cuando se le cita en el nuevo Palacio Real se le titula unánimemente «La familia«.  A partir del año 1843 en el catálogo del Museo del Prado, redactado por Pedro de Madrazo, aparece por primera vez con el título de «Las meninas«. Esta denominación hará tal fortuna que permanecerá hasta nuestros días.

Presentación

fondo

Me niego a ser una musa, no quiero ser ni Calíope, ni Clío, ni Erató, ni Euterpe, ni Melpómene, ni Polimnia, ni Talía, ni Terpsícore, ni Urania. No necesito sentir la inspiración de las nueve musas griegas para ser artista. Yo soy artista, soy mi propia fuente de inspiración. No quiero pertenecer al sequito del dios Apolo. Porque la diosa soy Yo. Yo me invoco, me adoro y sola subo a pedestales. Dice Vince Aletti, “que una musa es un espejo, un reflejo de los deseos”, yo me miro al espejo y soy mi deseo. No quiero que me susurren ideas, yo tengo mi propia voz. Mi voz la vais a escuchar a través de las historias de este blog, que esta embriagada de ilusión, entusiasmo y creatividad. Os invito a que os sumerjáis con mis palabras desde el mundo real hasta el fantástico. Por aquí pasaran personas de las artes y humanidades que son artistas como YO.